Por Juan Pablo Rodríguez O.
Director Ejecutivo Fundación P!ensa. Abogado y profesor Derecho PUCV
“Oh, que se vayan todos. Oh, que se vayan todos, que no quede ni uno solo” suelen cantar algunas barras de fútbol cuando el equipo anda mal y los dirigentes no responden. Que se vayan los jugadores, el técnico, los gerentes y la dirigencia completa. Los hinchas piden gente nueva, que sepa hacer las cosas y que no esté contaminada por el proceso fracasado.
Pareciera que ese cántico futbolero se ha extendido por todo el país respecto de nuestras autoridades e instituciones fundamentales: el 94% de la población de la Región de Valparaíso confía poco o nada en el Congreso Nacional; el 82% en la Iglesia Católica; el 82% en los Tribunales; el 81% en las empresas; el 80% en los medios de comunicación; y el 70% en Carabineros (Encuestas P!ensa 2020).
El problema de legitimidad de nuestras instituciones es grave. Es un caldo de cultivo para el surgimiento de líderes populistas –de izquierda y derecha- que se presenten así mismos como los únicos defensores del pueblo, haciendo leña del árbol caído (nuestras instituciones), antagonizando con la “elite” con un discurso emocional muchas veces acompañado de un desprecio del saber técnico en la elaboración de políticas públicas. Si el populismo es el atajo para conectar con la ciudadanía la relegitimación de nuestras instituciones y modelo de desarrollo es el camino largo. Tendremos que optar.
Si elegimos el camino largo, el debate constitucional es una oportunidad. Más que con el texto que se apruebe, tiene que ver con la forma con que la clase política enfrente el proceso (búsqueda de consensos amplios, deslegitimar la violencia política, respeto a las reglas del juego) y con qué tanta apertura tengan para que en la Convención Constitucional esté representado de mejor modo nuestro país y participen ciudadanos preparados que renueven el escenario político, muchos de los cuales nunca han militado en partidos.
Así parece demandarlo la ciudadanía cuando se le pregunta por el perfil que debiera tener un constituyente: el 84% los prefiere independientes; el 63% valora que sean expertos y el 57% privilegia a los jóvenes (Criteria-Octubre). A su vez, el 79% votó en el plebiscito porque en la redacción no participen los parlamentarios. Si la clase política decodifica este mensaje es probable que el proceso constitucional tenga éxito y contribuya a evitar el populismo.
En primer lugar, deben promover la participación de independientes. Abrir sus pactos para que ciudadanos que suscriben sus visiones pero que no militan puedan competir, renovando sus cuadros y dando nueva vida al escenario político. Esto no tiene por propósito reemplazar a los partidos, que son insustituibles en una democracia, siendo el vínculo entre la ciudadanía y el Estado, expresando de modo consistente -cuando están institucionalizados- las preferencias de las personas, agregando y traduciendo las demandas sociales en programas de gobierno. Más bien dice relación con darle legitimidad al proceso, llegar a un mejor resultado e incluso, en el mediano plazo, fortalecer el propio sistema de partidos incorporando a valiosos “outsiders”.
En segundo término, los partidos deben promover la participación de expertos. La Constitución, en una de sus dimensiones, es un instrumento técnico. Es la “ley de leyes”, a la cual se debe supeditar el resto del ordenamiento jurídico y las autoridades en sus actuaciones. Organiza el poder y protege los derechos fundamentales de las personas. Si bien no todos los constituyentes deben ser expertos constitucionales–las diversas experiencias vitales son valiosas-, parece positivo que en las distintas “bancadas” hayan entendidos en la materia para que el debate no eluda los efectos técnico-jurídicos de las decisiones que se tomen.
Finalmente, parece sano que se incluyan personas jóvenes. En la Constitución se encuentra nuestro pasado, presente y futuro. Nos definirá y buscará proyectarse en el tiempo. La sabiduría y virtudes propias de la experiencia debe ser complementada con la visión de las nuevas generaciones de chilenos, de modo tal de construir una carta fundamental con vocación de longevidad.
¿Que se vayan todos? No. ¿Que la escriban los mismos de siempre? Tampoco. Encontrar ese equilibrio puede ser la receta de un proceso exitoso, que contribuya a superar la crisis de confianza y acuerde una Constitución que nos represente a todos.
*Publicada por El Mercurio de Valparaíso el 20 de diciembre de 2020