Utopía y progreso

El viernes 21 de julio se publicó en un medio nacional una entrevista a Susan Neiman en la
que, entre otras cosas, nombra que una característica que une a la izquierda y a los liberales –
separándolos de lo que la filósofa denomina como “woke”’- es la creencia en la posibilidad del
progreso. Quizás en un acto irónico del destino, el mismo día el presidente Boric dijo en la BBC
que una parte de él aún quiere derrocar al capitalismo. Las críticas a estas palabras vinieron en
seguida, ¿a qué se refería el presidente? ¿Acaso no sabe de Cuba, Venezuela y Corea del Norte?
Podríamos estar eternamente criticando las fallidas alternativas al capitalismo con justa
razón; desde la URSS a los incontables experimentos utópicos fallidos del siglo XIX, XX y XXI,
no hay ninguna alternativa que se muestre como viable. También podríamos hacer lo mismo con
las palabras vagas del diputado Ibáñez intentando oponer capitalismo a solidaridad (para qué
hablar de la ministra Vallejo y la falsa oposición entre capitalismo con el Estado de bienestar).
Aunque quizás lo más relevante de las palabras del Presidente vino después de ese comentario
tan criticado: “no creo que se pueda derrocar sin más si no se propone una alternativa que sea
viable y que sea mejor para la gente”. Lo evidente de estos dichos es que para cambiar el
capitalismo se necesita una alternativa realizable que presente un mundo mejor al actual (o el
mejor de todos los mundos posibles). Lo que no queda claro, sin embargo, es a qué mundo nos
invita el mandatario. Este último punto es esencial.
Precisamente, si le preguntamos a los distintos sectores el contenido de su mundo ideal, a
qué utopía aspiran, las respuestas serán tan vacías como la del Presidente. Y es que muchas veces
la definición de los proyectos políticos es por oposición más que por ideación y originalidad, lo
que muestra una miopía hacia el futuro y también un temor. Claramente, los terrores del pasado
siempre resuenan cuando se habla de utopías. Parafraseando a Karl Popper, muchas veces estas
prometen el cielo, pero traen el infierno a la tierra. Sin embargo, la política no se guía solamente
por la racionalidad, sino también por las emociones, y es justamente en las utopías donde se
conjugan ambas caras del humano y se muestra una creencia genuina en la posibilidad del
progreso. Robert Nozick lo plantea de forma elegante en la tercera parte de Anarquía, Estado y
Utopía, en la que, luego de terminar su exposición del Estado mínimo, se pregunta si este:
“¿puede estremecer el corazón o inspirar a las personas para que luchen o se sacrifiquen?
¿Alguien haría barricadas bajo su bandera?”.
Los riesgos de los mundos ideales los muestra la historia y los tiempos actuales parecen
exponer la falta de toda perspectiva hacia el futuro. En un escenario reaccionario, en donde cada
sector político en vez de llegar a grandes acuerdos busca aprovecharse del error del rival, parece
necesario recordar la importancia de pensar en el futuro. Puede ser que fracasemos en crear un
mundo mejor, a fin de cuentas, el progreso es solo una posibilidad. Pero antes de hablar de estos
fracasos, sería conveniente que primero nuestras autoridades dieran ciertas luces sobre esa
sociedad a la que aspiran.

Columna publicada en El Mercurio de Valparaíso