Maximiliano Duarte
Investigador
“Porque Viña la lleva”, así rezaba el coro de una antigua canción que publicitaba a la ciudad jardín como uno de los mejores destinos turísticos del país. El jingle era bastante pegajoso y sonaba todas las noches después de las noticias. No recuerdo con exactitud la fecha, pero en esos tiempos los celulares almeja eran la gran revelación tecnológica, las películas se arrendaban en el Blockbuster y la ciudad había sido –hace no mucho- el escenario de reconciliación de los hermanos Mercader.
La canción operaba como complemento de una secuencia de imágenes que resaltaban el atractivo de la ciudad, y, a su vez, las personas enfocadas disfrutaban de los paisajes con una sonrisa de oreja a oreja. La publicidad era un fiel reflejo de la autoestima viñamarina de aquella época. Una comunidad que se veía con aires de grandeza y en donde la corrupción era percibida como una ordinariez lejana que, difícilmente, permearía en aquella comuna ejemplar.
Bastante agua ha corrido bajo el puente y hoy vemos que el último informe de la Contraloría General de la República ha terminado de pisotear el orgullo de una zona que, durante los últimos años, ha sido víctima del cáncer de la sociedad: la corrupción. Pago de horas extraordinarias imposibles de ser cumplidas, renovación de patentes a personas fallecidas y ocultamiento de información en los balances económicos son solo algunas de las conductas ahí especificadas. En fin, una comuna que se asemeja más a una denostada Ciudad Gótica que al paraíso que nos vendían hace más de una década.
Extrañamente, el análisis que la clase política ha hecho respecto a la situación municipal se ha reducido a un factor meramente aritmético. En resumidas cuentas, el acento se ha puesto en el déficit presupuestario y en las medidas adoptadas para revertir esta tendencia, como si el reproche a la corrupción dependiera de los resultados financieros. Una aproximación tan básica como esta desconoce que la corrupción es en sí misma deficitaria, pues disminuye la confianza de la ciudadanía y hace tambalear el diseño institucional.
Es importante hablar sin tapujos ni doble estándar sobre la corrupción que afecta a las distintas municipalidades del país, incluida la viñamarina. En este sentido, las conclusiones debieran sustentarse en las conductas asociadas a este fenómeno, sin importar el color político de la autoridad cuya gestión se pone en duda. Una actitud contraria no sólo desprecia la gravedad del problema, sino que además normaliza comportamientos que deben ser erradicados.
Por último, y volviendo a nuestra simpática propaganda, sería interesante saber cómo reaccionarían en la actualidad los viñamarinos ante una publicidad de este tipo. Seguramente ya no pegaría. O quizás sí, ya que al fin y al cabo parece que “Viña la lleva”, aunque en algo que debiera avergonzarnos.
*Publicada en La Tercera el 14 de febrero de 2019.